LA VERDADERA CARA DE LA INDUSTRIA DURANTE EL KIRCHNERISMO
La mayoria de los créditos durante el periodo kirchnerista fue para el sector bancario, la diversificación de la industria pesada fue nula y la sustitución de importaciones no sorteó la dependencia
Una de las tantas prédicas de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández es que, después de una caída estrepitosa de Argentina en el último cuarto del siglo XX, se ha vuelto a un modelo de reindustrialización con eje en el mercado interno.
Esta reindustrialización, según la visión K, fue producto de políticas de Estado vinculadas a aumentos de salarios nominales y reales, el aumento del crédito a la pyme, las protecciones comerciales, los subsidios, etc; todo esto en el marco de un fuerte crecimiento de la producción industrial, de establecimientos fabriles, cierta inversión y del valor agregado.
Cristina Fernández llegó a aseverar que “estábamos ante el crecimiento industrial más importante de toda la historia, desde 1900 hasta nuestra fecha”.
Pero ¿qué es la industrialización?
La actividad central dentro del mundo industrial es la agregación de valor a los bienes que se producen. Las fábricas reciben cuantiosas materias primas que son procesadas y transformadas en nuevos bienes para ser depositados a otras industrias o directamente al consumo final.
En la industria manufacturera propiamente dicha se encuentran las industrias livianas y las industrias pesadas. Un país que quiere industrializarse debe desarrollar sus industrias pesadas; estas operan con grandes cantidades de materias primas, consumo energético, grandes maquinarias y mucha fuerza de trabajo. Requieren un gran pack de inversiones. Son fundamentales ya que proveen de un sinfín de bienes a todo el universo productivo de la economía de un país.
Las más destacadas son la siderurgia, la metalurgia, la química y petroquímica, la metalmecánica y cementera. ¿Cómo haríamos obras públicas, el conjunto de los transportes, de los electrodomésticos, de las maquinarias, sin el acero? ¿O fertilizantes, herbicidas, agroquímicos, colchones, cepillos de dientes, naftas, cauchos, plásticos sin la industria petroquímica? Recordemos que la industria liviana durante el gobierno de Perón entró en crisis al haber un escaso desarrollo de las industrias básicas.
Otros indicadores de la industrialización incluyen la tecnología y la técnica. El hincapié esta puesto en la Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+i) y el capital humano. Para que pueda seguir avanzando una industria en su complejidad se debe aplicar las fuerzas más avanzadas de la ciencia y tecnología, y contar con hombres y mujeres altamente calificados. Es fundamental para poder salir a competir en el mundo.
Cada vez que la industria crece, aumenta proporcionalmente el consumo de energía. Si el país no logra satisfacer esta incipiente demanda, habrá quedado trunco todo el proceso industrial.
La industrialización requiere, asimismo, una base sólida del sistema de transportes, como pueden ser el sistema ferroviario y la marina mercante. Por ejemplo, la Segunda Revolución Industrial (1870-1914) tuvo como protagonista fundamental a los ferrocarriles, que redujeron enormemente los costos logísticos y proveyeron grandes cantidades de materiales de forma rápida. Por su lado, la marina mercante es necesaria para transportar bienes desde y hacia el exterior mediante buques o barcos.
Kirchnerismo e industria: un diagnóstico firme, sin tapujos ideológicos
Como bien hemos dicho anteriormente en la introducción, durante el Gobierno de Néstor Kirchner y algo del primer gobierno de Cristina Fernández, ha habido un aumento importante en la producción industrial, el empleo industrial y en la apertura de establecimientos productivos. Entre 2003 y 2011, el valor agregado industrial creció un 62% (Wainer, 2021).
Cuando Kirchner llegó al poder el 25 de mayo de 2003, la Argentina ya había empezado su recuperación y crecimiento económico en septiembre del 2002. Con el paso del tiempo, la industria creció fuertemente y la economía creció a tasas altas del 8%, el 9% y el 10% hasta el 2008, cuando estalló la crisis internacional de la burbuja inmobiliaria.
El repunte del desenvolvimiento industrial tiene las mismas causas que el conjunto de la economía: una alta capacidad ociosa (que hace que los empresarios usen el capital inutilizable sin la necesidad de realizar inversiones), elevados precios internacionales de las materias primas (soja, trigo, maíz, cereales, petróleo, carnes), una devaluación del 300% en 2002 (que encareció importaciones y aumentó la rentabilidad exportadora), además de los bajos costos laborales, por la devaluación (era barato contratar mano de obra argentina, a diferencia del modelo de la Convertibilidad, que la apreciaba). A lo que se sumaría más adelante, la baja de las tasas de interés internacional, que se ubicarían cerca del 0%.
Entre 2004 y 2014, el crecimiento promedio del PBI industrial fue del 4,6% anual. Pero hubo dos etapas: entre 2004 y 2008 la suba promedió 7,5% anual, pero en el último período el crecimiento fue de apenas 0,6%, registrándose un estancamiento (abeceb.com).
Otros diversos datos indican que durante el primer kirchnerismo la producción industrial creció un 10.4%, durante el segundo un 8.6% y durante el tercero un 0.8%, según datos del Ministerio de Economía, del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA), la Confederación de los Trabajadores Argentinos (CTA) y el Banco Central (BCRA).
Por otra parte, el INDEC reveló que entre 2003 y 2011 la producción industrial y el empleo fabril crecieron promedio a un 9% y a un 4% anuales, respectivamente.
La Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) y el Banco Mundial revelaron que la producción industrial argentina a precios constantes de 2005 creció de 30.000 millones de dólares en 2001 a 65.000 millones de dólares en 2013, y los salarios industriales crecieron un 56% en dólares en 2010 y 2011, más que en Brasil, Polonia, Estados Unidos y Australia (U.S. Bureau of Labor Statistics).
El acercamiento a políticas de Estado en materia industrial tuvieron un inicio con el primer gobierno de Cristina Fernández (2007-2011) cuando el Banco Nación y el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) lanzaron líneas de financiamiento a tasas de fomento para actividades productivas, se redireccionaron los ahorros de los fondos jubilatorias para la producción, luego de la estatización de las AFJP en 2008.
Asimismo, se creó el Ministerio de Producción, desde donde se emprendió actividades ligadas a la industria satelital, de defensa, aeroespacial y áreas científico-tecnológicas (ARSAT, INVAP, CONICET, Aerolíneas Argentinas). Además, se concretó la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central en 2012 que obligó a que los bancos privados financien con un 5% de sus recursos a actividades fabriles, especialmente pymes.
Las industrias que presentaron un fuerte dinamismo fueron la maquinaria agrícola, el software, la industria farmacéutica, la química, la textil e indumentaria (Kulfas, 2016). También se destacaron la de muebles, juguetes, confección y metales.
Sin embargo, la industria, junto con la economía, emprendieron a partir de 2011 un estancamiento y una recesión de la que hoy se sigue. Además de los datos favorables ya presentados, cabe preguntarse ¿Qué políticas en materia industrial se implementaron? ¿Cuáles fueron sus limitaciones?
La falta de cambios estructurales: ausencia de políticas industriales y las limitaciones de la industria argentina
A pesar de que a partir del primer gobierno de Cristina Fernández se hayan emprendido una serie de medidas destinadas a la industria, la realidad es que fueron totalmente insuficientes y algunas, mayormente cosméticas.
De hecho, diferentes autores han coincidido en que durante los gobiernos kirchneristas no hubo políticas industriales, así lo señalan Abeles y Amar, 2017; Kulfas, 2016; Castells y Schorr, 2015; Manzanelli y Basualdo, 2017; Lavarello y Sarabia, 2015; Porta, Santarcángelo y Schteingart, 2014 y Schorr y Wainer, 2017.
En el marco del lanzamiento del “Plan Estratégico Industrial” en 2010, Lavarello y Saravia (2017) afirman que obedeció a la necesidad de contribuir a la estabilidad macroeconómica en el marco de la restricción externa, antes que a criterios de desarrollo en el largo plazo, tomando de base las Declaraciones Juradas de Importación (DDJJ).
En un artículo de 2011, el entonces funcionario del Ministerio de Economía de la Nación, Nicolás Arceo, llegó a reconocer: “no ha existido un cambio estructural a nivel sectorial en la industria argentina”.
Otros trabajos (Azpiazu y Schorr, 2010; Porta y Fernández Bugna, 2011; Nofal, 2012) no identifican evidencias de cambios de configuración y comportamientos, es decir, no se logró avanzar hacia un proceso de transformación estructural en el sector industrial.
Por su lado, Herrera Bartis (2018) es contundente con respecto a la desindustrialización argentina, la cual, describe como un largo ciclo de decadencia industrial que inicia en 1976 con la última dictadura militar. Asimismo, reconoce que “el desempeño industrial expansivo de la breve etapa 2003-2010 representó una interrupción de la historia regresiva previa” pero no alcanzó a revertir “un proceso que abarcó el último cuarto del siglo XX”.
La estructura de la industria argentina en 2015 era igual que la de 2003, manteniéndose inalterada durante 30 años. Hay una parte de las actividades productivas que funcionan como armadurías con altos componentes de insumos y máquinas importados; son los casos de la famosa industria automotriz, la electrónica de consumo de Tierra del Fuego, las autopartistas y parte de la metalmecánica.
Otras actividades como las intensivas en trabajo (textiles, calzados, muebles, juguetes, vestidos) representan las capas más atrasadas de la economía, porque se concentran el empleo no registrado, la nula tecnología y productividad y la enorme sensibilidad a la competencia extranjera. Las máquinas suelen ser viejas.
Hay muchas actividades dedicadas a la elaboración inicial de materias primas, que exportan con poco procesamiento; por otro lado, factorías industriales que abordan las etapas finales de la producción de manufacturas, en muchos casos solamente su armado, con bajos porcentajes de integración de piezas y componentes nacionales.
La industria argentina continuó con su reproducción de carácter de armaduría, al proseguir la disminución del cociente valor agregado/valor de producción de un promedio del 37% en 1993-2001 al 33% en 2002-2009 (Belloni y Wainer, 2012).
En 2003, el 68,8% de la estructura fabril, medida a través del peso en el valor agregado industrial, estaba compuesta por ocho sectores: alimentos y bebidas, sustancias y productos químicos, metales comunes, maquinaria y equipo, caucho y plástico, minerales no metálicos, prendas de vestir y vehículos automotores. Tras el acelerado crecimiento y la contracción industrial, a partir de 2011 no hubo modificaciones significativas en la importancia relativa de estos sectores: más bien, su peso relativo se incrementó al 71,1%, en 2015 (INDEC, 2018, CEP, 2016 y Ministerio de Producción y Trabajo, 2018).
¿Qué hay sobre el empleo en las manufacturas? En el tercer trimestre de 2003 el trabajo industrial era de 13,7% del total, contra el 13,5% del segundo trimestre de 2013, el último dato disponible. “Osea que el peso del empleo industrial en el total quedó igual”, destacó Javier Lindenboim, director del Centro de Estudio sobre Población, Empleo y Desarrollo (CEPED).
El proceso de reprimarización de la economía, que había comenzado en la última dictadura y se consolidó durante el menemismo, continuó, junto a los procesos de concentración y extranjerización económica, y que están lejos de haberse detenido (Arceo, Azpiazu, Basualdo y Wainer, 2009; Azpiazu y Schorr, 2010; Azpiazu, Manzanelli y Schorr, 2011; Schorr y Wainer, 2011; Wainer, 2011).
La canasta exportadora nacional evidencia la profundización de la composición de productos primarios e industriales de escaso contenido tecnológico y vinculado a mercados oligopólicos (agroindustrias, refinación de petróleo, productos y sustancias químicas, metales comunes y la armaduría automotriz), datado en Azpiazu y Schorr (2010).
La industria siguió cayendo en términos del PBI, siendo más baja que las de los años ´90. Por aquí tampoco parecen haber signos alentadores.
Asimismo, se registran débiles encadenamientos productivos hacia atrás y hacia adelante; las actividades fabriles operan sin desarrollo tecnológico, escasa formación de la fuerza de trabajo, y la inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) es muy baja; la gran mayoría de los rubros productivos se destacan por la enorme presencia de empresas extranjeras, con poco interés para poner en marcha nuevos proyectos productivos y generando una fuerte remisión de capitales, afectando la balanza de pagos.
En síntesis, se trata de una industria con baja agregación de valor y demandante de insumos, equipos de producción y componentes importados. La inexistencia de un sistema nacional de tecnología determina su baja productividad y por ende su dificultad para competir.
Inversión industrial
Echemos un vistazo a la inversión privada. Según el IERAL, la inversión privada en la etapa 2004-2008 habría sido del 16 % en términos del PIB aproximadamente. Desde 2009, rondaría el 13.5%, es decir, un valor estancado en niveles relativamente bajos.
El stock de Maquinaria y Equipo, en promedio, durante los ´90, fue del 18,3% del total del stock de capital del país. Entre 2003 y 2006 ese mismo promedio fue de 16,7%. Nuevamente, en el período 1993/1999 la inversión en maquinaria y equipo significó en promedio el 27,3% de la Inversión Bruta Fija; y durante la “década ganada” el promedio fue de 26,9%. Este dato revela que el rendimiento del capital no se ha modificado.
Se advierte que la tasa de inversión de las grandes empresas industriales fue de tan solo el 11,1%, sobre el valor agregado, entre 2003 y 2015. Se trata de un nivel que fue apenas superior a los requerimientos resultantes de las depreciaciones del capital que insume el proceso productivo, fue inferior al registrado durante los años noventa y fue sistemáticamente menor a la tasa de inversión nacional.
En cuanto al crédito: la participación de la industria en relación a este se ha reducido a la mitad al pasar del 20% en 1995/96 al 10% en 2008/09. La predominancia estuvo a cargo de créditos al consumo y al financiamiento de tarjetas de crédito.
El aumento de préstamos impulsó fuertemente la expansión del sector bancario. A finales de 2011 esta actividad, y no la industria, se encontraba a la cabeza del ranking de ganancias por sector entre las empresas que cotizan en bolsa nada menos que con un tercio del total (Iamc, 2012).
En 2003 el crédito interno al sector privado en términos del PBI era del 10%; para 2015 era del 14% (Banco Mundial). Cifra totalmente insuficiente. La ratio entre créditos al sector privado y depósitos de la Argentina para el 2011 se ubicaba en 0,72. Es decir que por cada peso que entra vía depósitos, el sistema bancario presta 0,72 centavos. Esta por debajo de países como Chile (1.62) o Paraguay (1.39). El sistema bancario nacional tiene un muy bajo nivel de apalancamiento y exposición.
¿Modelo importador dependiente?
Una de las tesis del kirchnerismo es que ha habido un proceso de sustitución de importaciones que ha permitido elevar la integración local de la industria.
Que la industria pueda producir localmente es un progreso, porque eso significa que esta incrementando su capacidad productiva, la integración de perfiles industriales, su innovación, la tecnología y su carácter local.
Sin embargo, cuando observamos los datos, nos encontramos que ha ocurrido todo lo contrario.
En la década de los ‘80, las importaciones de insumos (insumos de uso difundido, bienes de capital, piezas y accesorios para bienes de capital) equivalían al 20 % del PIB industrial. En los noventa, este índice, se duplicó (con un pico del 45% en 1998). Y en la era kirchnerista alcanzó valores estratosféricos llegando a ser del 70% del PIB industrial en 2008.
Durante el 2014, las importaciones de bienes por habitante se ubican en torno a los U$S 1.630. En 2011 alcanzó un pico de U$S 1.865 per cápita. En 1998 el valor era de U$S 1.100 por habitante indicó Miguel Bein, ex asesor económico de la gobernación bonaerense de Daniel Scioli.
En 2014, solo combustibles, autos y la electrónica sumados arrojaron un déficit de US$ 18.000 millones. Equivale a casi el 70% del desequilibrio industrial completo. Al final del período de la Argentina kirchnerista, por cada punto que crecía el PBI industrial era necesario importar US$ 3.000 millones: dependencia externa, vivita y coleando.
En el año 1999, el menemismo deja el Gobierno con un déficit industrial de 7.552 millones de dólares, mientras que el rojo de 2014 fue de 5.086 millones de dólares. De los 22 segmentos que tiene la balanza comercial industrial, 19 son deficitarios. Ahora, si quitamos el segmento “Alimentos y Bebidas”, la balanza comercial (en 2014) se muestra negativa en 29.665 millones de dólares. Si realizamos el mismo ajuste para el año 1999, la balanza tiene un rojo de 14.234 millones de dólares.
Las industrias tan promocionadas y expansivas en producción fueron la automotriz y la electrónica de consumo. En ambos casos, se mantiene (como durante el menemismo) su genética maquiladora, ensamblando una abrumadora mayoría de autopartes y componentes provenientes del exterior. Alrededor del 95 % de los productos electrónicos armados en Tierra del Fuego y el 70 % de cada automóvil hecho en las once terminales, cuentan con piezas importadas. El déficit comercial fue de 6.700 y US$ 9.000 millones, en cada caso, para el año 2013. Además ya por el año 2015 circulaban por el país 60 millones de equipos celulares, de los cuales menos del 1% eran producidos localmente.
A partir de mediados de 2002 y continuado desde mayo de 2003, las importaciones se han elevado fuertemente a niveles relativos sin precedentes desde el inicio de su serie en 1935. El cociente de importaciones sobre el PIB agregado y PIB industrial empieza a incrementarse de manera notable a partir de 2004, especialmente, y no durante los años de la “apertura neoliberal”.
Las importaciones anuales del 2011-2012 equivalen al valor agregado industrial de un año completo mientras que a principios de la década de 1960 solo equivalían a un tercio de dicha magnitud (en términos de importaciones sobre PIB industrial).
Otros autores también afirman que no hubo sustitución de importaciones: Rodrigo Álvarez, director de Analytica; Jorge Colina, jefe de investigaciones del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA); Dante Sica, director de abeceb.com y ex secretario de Industria; y Martín Burgos en ¿Reindustrialización en la Argentina? La industrialización en la desconvertibilidad.
Conclusiones y posibles propuestas
Teniendo un contexto internacional altamente favorable y muy pocas veces visto en la historia nacional (altos precios de las materias primas, superávit comercial y fiscal, tasa de interés internacional del 0 %, reservas internacionales del BCRA en alza) cabe preguntarse por qué la Argentina nunca encaró un plan ambicioso de desarrollo industrial (y también por qué nunca hubo cambios estructurales y la economía entró en estancamiento en 2011).
Cuantiosos recursos pudieron invertirse en las industrias pesadas que requieren grandes inversiones de capital, pero no sucedió. Y como se ha dicho, las políticas industriales brillaron por su ausencia. Hablar de políticas de demanda agregada y de aumentar crédito a la pyme no constituyen en sí políticas “de fondo ”. El crédito que se incrementó favoreció a los bancos y fue redirigido al consumo.
La estructura industrial nunca fue modificada ni en lo más mínimo, conservando absolutamente el legado menemista (a pesar de las tantas críticas al neoliberalismo). La gran mayoría de las pymes son microempresas y no sobrevive mucho tiempo, lo cual revela la “nula movilidad social empresaria” y la bajísima escala de producción (más costos).
No existe el crédito en la Argentina, que es el 13% del PIB (más bajo que en los países más pobres del mundo), del cual solo el 2.6% va a las pymes así como no existe el mercado de capitales ni una bolsa consolidada.
Nunca se hizo hincapié en las inversiones en Investigación y Desarrollo (fundamental para la competencia internacional y que su primera aplicación es en el sector manufacturero), a tal punto que en 2010 hay industrias autopartistas que operan con prensas del siglo XIX y tornos de los años 30. A pesar de haberse vanagloriado por la repatriación de científicos y el rol del CONICET.
Las barreras comerciales son un instrumento como medio para completar la industrialización y deberían eliminarse cuando la estructura industrial este apta para competir en el mercado mundial.
Hay rubros productivos como la industria ferroviaria, la industria naviera, ciertas metalúrgicas y metalmecánicas que prácticamente están ausentes; nunca se revirtió la decadente situación de cada una que fue producto de la destrucción fabril de los noventa.
Ni hoy ni en 2015, invertir en la industria no es rentable. No por capricho de los industriales, si no porque nuestro país tiene el costo logístico más alto de América Latina (predomina el camión y no hay una flota mercante propia), la volatilidad macroeconómica junto con la inflación, el tipo de cambio real, el atraso y la apreciación cambiaria espanta toda posibilidad de inversión y previsibilidad a futuro, no hay mucha conexión de industrias básicas con todo el resto del entramado fabril, la política energética esta desintegrada, la política crediticia es indefinida y se sigue con la dependencia importadora.
Un plan de desarrollo industrial a largo plazo debe ser encarado principalmente por el Estado y con un liderazgo del sector privado con miras a la integración de los perfiles industriales, al mercado interno y externo, industrias básicas desarrolladas, una escala de producción media-alta, salarios reales elevados, desarrollo económico y difusión tecnológica. Ello requerirá desarrollar y desembolsar montos de capitales mediante un “Plan de Inversiones” en industrias estratégicas y otras: siderurgia, naviera, metalmecánica pesada, metalurgia, ferrocarriles, petroquímica y química, tractores, alimentos y bebidas y agroindustrias.
Todo esto complementado con un «Plan Energético Nacional», que integre el sistema, apunte la industria nuclear, eólica e hidroeléctrica y logre el autoabastecimiento de combustibles; la estabilidad macroeconómica con eje en la política cambiaria (tipo de cambio real para el establecimiento de grandes espacios de rentabilidad previsibles a largo plazo).
Y redefinir las prioridades: necesitamos una política crediticia dirigida por el Estado que priorice fondos a industrias básicas y de acuerdo al ritmo de crecimiento de industrias que demande la población; una política consistente de sustitución de importaciones en rubros estratégicos (no hablo de producir todo localmente); y por último, una inyección virtuosa de inversiones a la Investigación, Desarrollo y la Innovación (I+D+i), establecer patentamientos y una formación incipiente de la fuerza de trabajo en ingenierías, programación, informática, robótica, tecnologías 4.0, etc.
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Redactor en El Punto Medio, realiza investigación económica. Estudiante de Economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA).